martes, 12 de marzo de 2024

LA IMPORTANCIA DEL HUMOR EN NUESTRAS VIDAS - Miguel A. Terán

Artículo publicado en los Tiempos Newspaper - Miami, Fl. Feb - Mar. 2024

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El genial y famoso Charles Chaplin decía que no olvidemos sonreír, porque un día sin sonreír es un día perdido. Hay quienes se toman la vida tan en serio que les cuesta pensar que en ella se pueden sonreír. Por el contrario, hay quienes consideran que no vale la pena tomar la vida tan en serio, porque al fin y al cabo no vamos a salir vivos de ella.


Según expertos la risa es una de las mejores medicinas y el humor un gran sanador. El buen humor disminuye la tensión física y emocional, a la vez que constituye un equilibrio vital para llevar una vida en armonía. La risa nos libera de energía negativa, disminuye la ansiedad, las tensiones, dolores e incluso baja la presión sanguínea. Tristemente, existen sonrisas genuinas y fingidas. Con las redes sociales ha crecido la risa fingida, esa risa que ponemos en nuestra cara solo para la fotografía.

El humor y la risa que resultan de la burla o ridiculización no son sanos para nuestra mente, corazón ni espíritu.  Se dice que debemos ser cuidadosos de no tomar en serio un chiste, ni hacer chistes de lo serio. Mario Moreno “Cantinflas”, el mejor comediante de habla hispana de todos los tiempos pudo hacernos reír a carcajadas sin burlarse de nadie ni utilizando palabras obscenas o con doble sentido, sin duda un verdadero genio. Se dice que cuando Charles Chaplin conoció personalmente a Cantinflas le dijo” Nosotros somos los mejores”. 

En estos nuevos tiempos, un “comediante” en su desesperado afán por sacar risas, utiliza la burla hacia otros, las palabras obscenas, la imitación grotesca, y más, algo totalmente alejado de aquel humor brillante de los genios de Cantinflas y Chaplin, quienes además comprendieron que el humor podía cumplir la función de hacernos reír, pero también de hacernos reflexionar ante muchas situaciones de la vida.

Sin duda, que en casi todos los momentos hay espacio para el buen humor y la risa. Un motivo para sonreír y reírnos cambia la percepción de un entorno o ambiente que está o se siente pesado.

Muchas veces nos disfrazamos de “serios”, por diversas razones, pero sin darnos cuenta el disfraz se apoderará de nosotros y nuestra cara expresará una seriedad y amargura que no nos pertenecía, pero que ahora nos acompaña y describe.   

En uno de sus excelentes libros el filósofo contemporáneo español Fernando Savater afirmaba que “La característica principal que tiene el soberbio es el temor al ridículo. Por esta razón los tiranos y los poderosos carecen de sentido del humor, sobre todo aplicado a sí mismos”. Y, nos advertía, algunas líneas adelante que “Cuando la risa está prohibida, sabremos que estamos en un lugar peligroso”.

El filósofo británico James Allen expresaba que “Una cara no se vuelve amarga por casualidad, está hecha de pensamientos amargos”. La cara es el espejo de nuestra alma. Y, decía el poeta chileno Pablo Neruda que “La risa es el lenguaje del alma”. Cuando jóvenes tenemos el rostro que la naturaleza y la herencia nos dieron, cuando envejecemos tenemos el rostro que nos merecemos, porque nuestro rostro termina siendo el resultado de nuestros pensamientos y emociones. 

Y, sin duda, que el buen humor es necesario en nuestras vidas para hacerlas más ligeras, para nosotros y para quienes nos rodean. Tengamos presente que una cara seria no genera respeto, solo da miedo.

Un auténtico líder debe comprender que el humor y la risa desbloquean el estrés y la tensión, ayudando a construir ambientes de trabajo más agradables, positivos, productivos, creativos, de conexión y compromiso. Es por ello, que algunos especialistas en liderazgo y gerencia reconocen el humor como una habilidad esencial del liderazgo.

La relación de risas entre un niño y un adulto puede llegar a 10 sonrisas en un niño por cada sonrisa de un adulto. En la medida en que envejecen algunos individuos van tomando la vida con mucha seriedad y dejando de sonreír, lo cual es un grave error.  La felicidad con la que hemos vivido puede ser la diferencia entre un rostro dulce y uno amargo cuando llegamos a la vejez. El buen humor y la risa deben llenarnos de alegría y de una actitud positiva ante la vida. Una sonrisa hace que un momento perdure por siempre.

Si consideramos que las circunstancias y el destino nos golpean, sin oportunidad de hacer algo al respecto, entonces seremos una víctima pasiva de esas circunstancias y el destino, que llegarán a transformarnos en individuos de espíritu fracasado y amargado. Y, perderemos, nuestra capacidad de sonreír y reír.

Agradecer y sonreír con frecuencia, y obtener lo positivo en todas nuestras vivencias y experiencia nos permitirá cambiar, crecer y transformarnos en mejores seres humanos. Una cosa es tomarse la vida con seriedad y otra cosa, muy distinta, es hacer de la vida algo muy serio. Además, es bueno tener presente, que sonreír es gratis.

Este artículo fue escrito sin uso ni apoyo de Inteligencia Artificial (IA)


miércoles, 24 de enero de 2024

El problema es que vemos, escuchamos e interpretamos con muchas limitaciones. Miguel A. Terán


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 Este es un tema complejo de tratar y más complejo de explicar en apenas algunos breves párrafos, dirigidos a una lectura de reflexión. El primer requisito para la provechosa lectura de este artículo es que el lector ponga -literalmente- a un lado sus creencias y paradigmas al respecto, para que pueda leer estas líneas con la mente abierta y “escuchar” lo que ellas dicen.

Es un hecho, que, sin reconocerlo, percibimos solo lo que queremos o podemos percibir, no lo que en realidad existe. La escritora estadounidense Anaïs Nin expresaba que “No vemos jamás las cosas tal cual son, las vemos tal cual somos”. La forma en que el mundo es percibido tiene diferentes perspectivas y puntos de vista, pero sin duda, que la que más nos afecta y afecta a otros es la manera en la que cada uno de nosotros percibimos, acercándonos a la realidad o distorsionándola y alejándonos de ésta.

Uno de los grandes placeres humanos parece ser escuchar solo lo que nos interesa o nos agrada. Y es ese mismo placer, convertido en hábito una de las más dañinas prácticas que podemos tener los seres humanos. El filósofo y escritor italiano Umberto Eco reconocía que «No todas las verdades son para todos los oídos», en línea con el proverbio Zen que afirma "Cuando el alumno está listo aparece el maestro". 

La verdad es que la enseñanza -o el maestro- siempre han estado allí, pero solo lo comprendemos o vemos cuando nosotros estamos listos. Percibimos selectivamente, priorizando los temas y eventos que están en línea con nuestra manera de pensar y creer, lo cual nos lleva a ver y escuchar con la distorsión propia de nuestras creencias y paradigmas.

El Orador y autor estadounidense Stephen Covey decía que “Los paradigmas son poderosos porque crean los cristales o los lentes a través de los cuales vemos al mundo”. Muchas creencias y paradigmas nos limitan, impidiendo aperturas en nuestra forma de ver lo que nos rodea. 

Esa misma percepción selectiva nos lleva a leer solo titulares de periódicos, de noticias y artículos. Es fácil observar que muchos titulares de noticias no se corresponden con lo expuesto en el texto que les da soporte. En innumerables oportunidades el titular no tiene nada que ver con el contenido, pero al solo leer el titular esa es la información de que disponemos y la que nos queda como válida.

Lo mismo aplica para diferentes lecturas, hasta aquellas expuestas en internet, y es una práctica común que cualquier lectura de más de dos párrafos la dejemos para “un después” o “para más tarde”, un después o más tarde que no llegará.

Para las personas, en general, muchos problemas son invisibles mientras no les afecten directamente, porque no comprenden que solo será cuestión de tiempo que le afecten. Es común que innumerables problemas familiares, laborales, sociales, económicos y otros, inclusive hasta personales, vayan surgiendo y creciendo sin que tengamos capacidad -ni interés- para verlos.  Y, toman validez las palabras del filósofo contemporáneo español Fernando Savater, cuando dijo “Solo nuestra ignorancia de cómo están o estaban las cosas en el momento A justifica que nos sorprendamos de lo que pasa u ocurre luego en el momento B”.

Prestar atención a pequeños pero constantes desvíos es condición vital para corregir a tiempo, evitando que lo malo se vuelva parte del paisaje y lo anormal lo aceptemos como normal, sin ningún cuestionamiento previo, para encontrarnos –más adelante- con problemas difíciles de manejar, controlar y resolver, debido a las dimensiones que éstos han adquirido. 

Arden las barbas de nuestro vecino, pero como no vemos, no se nos ocurre poner las nuestras en remojo, que es lo que recomienda el sabio dicho español “Cuando veas las barbas de tu vecino arder, pon las tuyas en remojo”. No nos preguntamos para cuestionarnos: “Si todos estamos haciendo algo incorrecto, quién estará haciendo lo correcto”. A quien se le ocurre pensar ¿Quién estará cuidando a los hijos de la señora que cuida nuestros hijos? El filósofo francés y miembro del Comité de Ética de Francia, André Comte-Sponville, invitan a reflexionar, expresando: “¿Quieres saber si tal o cual acción es buena o condenable? Pregúntate ¿Qué ocurriría si todos se comportaran como tú?”.

En estos tiempos virtuales y de inteligencia artificial los sistemas van seleccionando y creándonos un perfil de acuerdo con nuestras búsquedas, para definir lo que veremos en anuncios publicitarios, artículos y en noticias, y llegará un momento en que solo nos ofrecen lo mismo, por lo cual perdemos contacto con lo distinto, perdemos contacto con la realidad. En otras palabras, tendremos una visión limitada del todo y solo veremos algunas partes. Quienes manejan la información están conscientes de la importancia de dirigirla en la dirección por ellos deseada.

Cuando no vemos algo, se hace difícil comprender lo que ocurre; sin embargo, agravamos la situación al llenarnos de especulaciones, interpretaciones e inferencias. Para ver más allá debemos conocer más detalles, hechos, situaciones o condiciones. Parece parte de la naturaleza humana, evaluar y sacar conclusiones de manera apresurada, con poca, incompleta o sesgada información.

Un error común cometido por muchas personas es hacerse acompañar o rodearse de aquellos individuos o medios quienes les dicen solo lo que desean escuchar.  Este equivocado hábito terminará aislándoles de la realidad y confirmándoles solo su particular versión de esa realidad. 

martes, 19 de diciembre de 2023

La crianza, educación y formación de nuestros hijos. Miguel A. Terán

Artículo publicado en Los Tiempos Newspaper - Miami, Florida. USA Diciembre 2023

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Alguien acertadamente expresó que “los niños de hoy son el resultado de los padres de hoy”, personalmente le agregaría, y de las sociedades de hoy. Entonces, es importante reconocer que estas nuevas generaciones tienen particulares y diferenciales características, muy distintas a las generaciones de algunas décadas atrás.

Los jóvenes que han nacido en este milenio y en la última década del anterior, han tenido unos padres ilimitados y desmedidos en sus esfuerzos para ofrecerles el mejor nivel de vida posible y tratarlos de la mejor manera, algo quizás muy distinto al trato que muchos de ellos mismos recibieron de la generación anterior de padres.  

Es un hecho que los padres de estos tiempos son una extraña mezcla entre exigencias y complacencias, que los lleva en una continua e interminable búsqueda de la “perfección” de sus hijos y de la protección de éstos.  

Muchos son individuos permanentemente insatisfechos con los resultados y causantes del agotamiento, tanto de ellos como de sus hijos. Buscando siempre “lograr un poco más”, para llenar el vacío entre sus expectativas y la realidad, lo cual representa una pesada carga. 

Tanto los padres como la sociedad son culpables de la insana e insaciable competencia de estos tiempos, que tanto daño hace a individuos y al tejido social. El real logro consistiría en aprender a no exigir a nuestros hijos que pretendan alcanzar sus metas a toda costa, sino hacerles comprender la importancia de los límites y aprender a ser felices transitando el camino de la vida, porque la felicidad no necesariamente está en un lugar al cual debemos llegar. Una vida de competencia les mantendrá siempre alejados de la paz y la felicidad.

Además, ocurre que en ese desmedido interés de continua perfección pretendemos resolver la vida de nuestros hijos en el corto plazo, dedicándonos a dar respuesta a sus inquietudes y asumiendo la responsabilidad de problemas que pertenecen a sus hijos. En innumerables ocasiones los hijos se desentienden de su problema y la responsabilidad de la solución es ahora de sus padres.


Aunque, en realidad, si quisiéramos que ellos mismos puedan dirigir y resolver sus vidas en el largo plazo, lo que deberíamos es ayudarles a reconocer sus necesidades, a manejar sus emociones, a vivir una vida basada en principios y valores, a tomar conciencia de sus propias decisiones asumiendo la responsabilidad de éstas y teniendo adecuado criterio para escoger su propio camino. 

Los padres podemos obsesionarnos tanto con ese desvirtuado y patológico objetivo de vida, que llegamos a considerar a nuestros hijos como lo más cercano a la perfección, lo que nos imposibilita aceptar algo negativo de ellos, olvidando que son seres humanos los convertimos en un proyecto, nuestro proyecto de vida. Al negar, inclusive lo obvio, este tipo de progenitores se arriesgan a que cualquier problema con sus hijos crezca en el tiempo, mientras se niegan a reconocerlo. 

Los padres debemos entender que en el hogar se educa y en la escuela se forma. Pero, no siempre se entiende así y pretendemos asignar a la escuela la tarea de educar a nuestros hijos. Aunque con una limitación importante, ya que los padres de esta generación no consideran a los maestros sus socios en el proyecto de formar a sus hijos, delegando en los maestros solo la responsabilidad, pero no la autoridad. Y eso es visible, en el absoluto apoyo a sus hijos en caso de que surja alguna diferencia o discrepancia con el maestro. 

Nuestros hijos deben comprender desde pequeños que la libertad está unida a la responsabilidad, y que recibiremos las consecuencias –positivas o negativas- de nuestras acciones, porque en la vida recogemos lo que sembramos. Es importante tener presente que “Tus hijos no tendrán éxito gracias a lo que hayas hecho por ellos, sino gracias a lo que les hayas enseñado a hacer por sí mismos”, tal cual afirmó la periodista estadounidense Ann Landers. En similar orden de ideas, expresaba el científico francés Louis Pasteur “No les evitéis a vuestros hijos las dificultades de la vida, enseñadles más bien a superarlas”.

Garantizar a nuestros hijos una infancia y adolescencia de “espectáculo” o “burbuja”, sin problemas y con todo resuelto no es garantía de una adultez feliz; por lo contrario, muchas veces lograremos el efecto indeseado. Porque darles todo no los prepara para la vida, sino que los deja –en muchos casos- sin capacidad para sobrevivir a las frustraciones a que regularmente nos somete la vida.  Es visiblemente preocupante la poca capacidad de frustración de los niños y jóvenes de hoy, pero la respuesta parece sencilla, porque lo han tenido todo, rápido y bastante fácil. La continua insatisfacción es casi una enfermedad de nuestro tiempo.

El filósofo y sabio chino Confucio -hace aproximadamente 25 siglos- recomendaba “Cría a tus Hijos con un poco de hambre y un poco de Frío”, evitando darles de todo y hasta en exceso, así valorarán. Ellos deben entender –desde muy pequeños- que no todo tiene una etiqueta de precio; por lo tanto, no todo se puede comprar, porque muchas cosas debemos ganarlas con nuestro tiempo, dedicación y esfuerzo. 

La adversidad, los contratiempos, los infortunios y otros elementos limitantes son parte de la dinámica de vida, y requeriremos manejarlos adecuadamente para poder vivir en armonía y equilibrio. Al querer dar a ellos una vida sin obstáculos, estaremos criándoles incompletos, porque le cortaremos vivencias y experiencias necesarias para aprender y desarrollar los conocimientos y habilidades que más adelante requerirán para crecer e independizarse. 

A nuestros hijos los preparamos no solo con lo que les decimos que deben hacer, sino con nuestro diario ejemplo. Al respecto, bien lo expresó la Madre Teresa de Calcuta, diciendo “No te preocupes porque tus hijos no te escuchen: te observan todo el día”.  Nuestros hijos pueden ser nuestro espejo más preciso. Un ejemplo válido es lo que ocurre cuando llevamos los niños al colegio, mientras en la vía hablamos por celular, sin tomar conciencia y precaución que ellos -aunque estén jugando con su equipo electrónico o vayan viendo por la ventana- en ese momento si nos están escuchando. En esas conversaciones con un tercero podemos estar diciendo cosas distintas a lo que tratamos de enseñarles con nuestros consejos. 

A diferencia del pasado, los padres de hoy día se involucran –tal vez- demasiado y por demasiado tiempo en la vida de sus hijos. Algunas veces, ya con los hijos adultos, los padres pretenden seguir dirigiéndoles la vida, más aún cuando esos padres siguen siendo -de alguna manera- la fuente de dinero.  Todo en la vida tiene límites y es sano entender y respetar esos límites.

Esta errónea conducta ha llevado a que muchos padres hayan perdido el sentido y enfoque de sus propias vidas, inclusive de pareja, desviándolas para girar solo y únicamente alrededor de las vidas de sus hijos. Cuando los hijos crecen y se van de casa, surge el llamado efecto del “Nido Vacío”, al cual dolorosamente se enfrentan las parejas que descuidaron sus espacios y tiempos personales y de pareja, para haberse dedicado básicamente a la atención de sus hijos. La relación de pareja puede haberse conservado en el tiempo, con el objetivo -casi único-de lograr la crianza de los hijos, pero al perder sus momentos de pareja, dejaron de serlo, por lo cual reactivarse como pareja algunos años más adelante no será tarea fácil. 

En la educación y formación de nuestros hijos, no hay ejemplos, actitudes ni conductas neutras de nuestra parte; todo lo que hacemos los educa o mal educa, los forma o los deforma, los construye o destruye. Igualmente, al momento de criticarlos, nuestras críticas pueden ser positivas, negativas, constructivas o destructivas. Es un hecho que desperdiciamos –aturdidos por las urgencias de cada día - maravillosas oportunidades y momentos para conversar, enseñar y sembrar en nuestros hijos lo que deseamos cosechar en ellos el día de mañana.

Es vital enseñarles a ser agradecidos con la vida y las personas, porque ello les permitirá disfrutar y valorar lo que son y lo que reciben. Evitando formar individuos más preocupados por lo que les falta, que por valorar y disfrutar lo que tienen.

Quizá algunos consideremos que los padres del pasado tampoco dedicaban muchas horas a sus hijos, pero debemos estar conscientes que los riesgos de malas influencias no eran tantos como lo son hoy día. Antes podíamos prohibir a nuestros hijos la relación con algún compañero de estudios o vecino que considerábamos no era buena influencia, porque nosotros mismos lo conocíamos. Hoy día nuestros hijos pueden estar siendo influenciados por alguien que está en el otro extremo del mundo. 

Antes podíamos "perder" un hijo en la calle sino estábamos vigilantes de sus amistades. Hoy día los hijos se pierden en su habitación, mientras ignorantemente consideramos que están seguros, porque están en casa. Sin reconocer que la televisión, internet y las redes sociales son "Caballos de Troya" que hemos dejado entrar en nuestras casas y que nos "roban" a nuestros hijos. 

En estos tiempos la relación padres- hijos debe estrecharse, acercarse o unirse, pero no para lo que hemos criticado algunos párrafos atrás, sino para poder darles balance y equilibrio en la lucha con los antivalores que ellos reciben a diario del ambiente, sociedad o entorno.

Al no asumir nosotros como padres esa responsabilidad, que, si nos pertenece, entonces los medios de comunicación, la televisión, internet, las redes sociales, otras personas y la sociedad tomarán nuestro lugar, sin saber hacia qué dirección estarán guiando sus pasos. Alguien expresaba que “Recordemos que no solo estamos criando niños, sino también creando a los adultos del mañana”.


viernes, 17 de noviembre de 2023

La familia es la columna base de la sociedad. Miguel A. Terán

Artículo publicado en Los Tiempos Newspaper - Miami, Fl. USA 

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“Una sociedad que no cuide y proteja la familia estará sembrando su destrucción”, la razón es que “La familia es base de la sociedad y el lugar donde las personas aprenden por vez primera los valores que les guían durante toda su vida” afirmaba el Santo Padre Juan Pablo II. Sin embargo, es válido aclarar, que esa enseñanza de los valores básicos que da la familia a sus integrantes puede ser para bien o para mal del individuo y la sociedad, dependiendo de los valores que siembra cada familia en sus miembros.


Los valores determinan nuestra manera de ser, orientando y regulando nuestra conducta, acerca de lo que es bueno o no, acerca de lo permitido o no. Por ello, las decisiones serán más fáciles de tomar cuando conocemos y ponemos en práctica los valores que nos guían. Ahora el detalle estará en cómo esos valores son buenos o no para el entorno donde pretendemos aplicarlos.  

En referencia tomada del reconocido filósofo Lou Marinoff en su libro el ABC de la Felicidad, él expresa que el filósofo Chino Confucio, en lugares y tiempos distintos, coincidiría con Aristóteles en que la familia es la unidad fundamental del estado (sociedad), algo así como un estado en miniatura.  Ellos consideraban que para que en un estado (sociedad) reine la armonía, ésta debe reinar primero en la familia.  Confucio expresaba en las Analectas: «Para poner el mundo en orden, antes debemos poner el país en orden; para poner el país en orden, antes debemos poner la familia en orden.»

Continuaba expresando que «Las familias desordenadas engendran países desordenados; los países desordenados, un mundo desordenado. […} Insistía Confucio que […] «La fortaleza de un país proviene de la integridad del hogar…y la debilidad de un país proviene de la desintegración de sus hogares.»

Vivir juntos bajo un mismo techo de ninguna manera significa formar parte de una familia, sin


entrar en detalles de cómo está compuesta. Una familia debe ser un equipo de personas unidas por un fin común, e integrados por principios y valores, también comunes que conforman la cultura propia de ese núcleo familiar.
Lo ideal es que esos valores de la familia de alguna manera estén alineados con los valores de la sociedad de la cual forma parte la familia.

No obstante, en la medida que las sociedades demuestren más rupturas y deterioro en sus valores y conductas, alejándolos de los principios universales y convirtiendo lo anormal en normal, el trabajo de formar familias y hogares es más duro, complejo y difícil, porque las familias deben convertirse en frente y escudo protector para velar por la integridad ética y moral de sus miembros.

Desde el punto de vista lingüístico podemos establecer diferencias entre una casa y un hogar, la diferencia es que en la primera sus bases son de bloque, cabilla, cemento y otros materiales de construcción; mientras que en el hogar las bases son de valores y principios. Tristemente debemos reconocer que en las sociedades de hoy encontramos cada vez más casas, pero cada vez menos hogares. Una familia en el correcto sentido debe hacer esfuerzos por unirse para formar y convivir en un hogar. 

Un requisito indispensable para construir familia es el tiempo, poco éxito tendremos tratando de establecer principios y valores en los miembros de nuestras familias, cuando existe un claro desequilibrio en el tiempo que disponemos u otorgamos para nuestra familia, en comparación con el tiempo de que dispone el entorno y otros medios, tales como televisión, internet y las redes sociales, e incluso la misma sociedad para instalar sus propios valores,  que en algunos casos han venido convirtiéndose en seudo o falsos valores.  

Unos padres dedicados básicamente a proveer recursos para satisfacer a los miembros de sus familias, quienes, por diversas razones, han olvidado o no pueden cumplir su importante función como guías del hogar, estarán permitiendo el deterioro de sus familias. Alguien se preguntaba: Cuándo contrato una señora que estará cuidando a mis hijos, ¿Quién le estará cuidando los hijos a ella?

Otro vital requisito para construir familia es la comunicación, elemento clave para la transmisión de principios y valores; así como, para el establecimiento de una cultura familiar, cuya función es definir y establecer las pautas de actitud y conducta permitidas en sus integrantes. Pero, la comunicación también requiere tiempo ejercerla, porque ésta debe ser de continua y diaria práctica en una familia que pretenda formar un hogar. Unos padres ausentes dedicados a proveer recursos para el hogar no tendrán el tiempo ni la energía para esta importante tarea.

La confianza y el respeto mutuo son otros elementos que permiten llevar a feliz término la conformación de una familia. Ambos deben construirse con el ejemplo, porque no podemos decretarlos. Ninguna sana relación puede tener como base la desconfianza ni la falta de respeto en ambas direcciones. Un hogar establece claros límites entre los deberes y derechos de sus miembros, lo cual es vital para la armonía. 

A un individuo lo forman la familia, la escuela y la sociedad, pero es en ese orden. No podemos pretender endosar a la escuela responsabilidades que son propias de la familia. Es cierto que la escuela como parte de la sociedad tiene un rol cultural y de formación, no necesariamente de educación.  Los principios y valores de la familia deben representar ese escudo protector que les permita a sus integrantes no solo vivir y sobrevivir, sino convertirse en individuos conscientes de la importancia de su rol como miembros de una sociedad.

Las palabras escritas por Confucio, mencionadas al principio, tienen aproximadamente 2.500 años, pero están vigentes como si se hubieran escrito hoy. Estas palabras nos permiten entender que parte importante de los problemas que vive la sociedad, no son ni más ni menos que una consecuencia de los verdaderos problemas, cuyas raíces más profundas podemos encontrarlas en el deterioro de familias y hogares.  

lunes, 6 de noviembre de 2023

RECOGEMOS LO QUE SEMBRAMOS. Nuestra sabiduría consistirá en escoger bien lo que sembraremos.

Artículo publicado en Los Tiempos – Octubre – Nov. 2023. Miami, Florida. USA

Miguel A. Terán

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Se dice que en la semilla está todo, el árbol, las hojas, las flores y los frutos. La naturaleza es sabia, sin confusiones. Por el contrario, los seres humanos brindamos poca atención a la semilla e incluso a los cuidados de la siembra, pero nos sorprendemos, preocupamos, quejamos y protestamos cuando recogemos o cosechamos algo distinto a lo que creímos haber sembrado o cuando perdemos la cosecha por falta de adecuada atención y cuidados.


Nadie en su sano juicio esperaría cosechar tomates si sembró pimentones. Pero en otros aspectos de la vida esa expectativa equivocada si ocurre, y además es bastante común, cuando sembramos algo y esperamos recoger algo distinto. La biblia expresa en Gálatas 6:7-10: «No os engañéis; Dios no puede ser burlado: pues todo lo que el hombre sembrare, eso también segará (cosechará o recogerá)».

Es nuestra decisión escoger lo que sembramos, pero debemos estar conscientes que nuestra cosecha estará relacionada con la semilla que sembramos. Nuestras decisiones, acciones y palabras tienen resultados o consecuencias, para bien o para mal. No decidir, no hacer o no expresar nuestro punto de vista también son decisiones y acciones, que afectan los resultados. No decidir no nos exonera de culpa, ya que conlleva la decisión de no haber decidido.

El viejo refrán “Quien siembra vientos recoge tempestades”, nos advierte de las consecuencias de nuestras inadecuadas actuaciones. Algunas veces sembramos y pasa el tiempo, tanto que olvidamos la semilla y la siembra, y luego nos sorprende la cosecha, para bien o para mal. Entonces “pagamos” deudas con la vida que no recordamos o recibimos “premios” en la vida cuyo origen tampoco recordamos. Pero -en general- debemos tener presente que la vida nos retornará en el mismo sentido -positivo o negativo- nuestras acciones morales del pasado. Nuestras decisiones, palabras y acciones serán como un búmeran que se nos devolverá en algún momento de nuestras vidas.

En estos tiempos, de apuros, urgencias y escasa paciencia, andamos más preocupados por cosechar que por escoger bien las semillas que estaremos plantando. El director de cine británico Robert Stevenson afirmaba: “No juzgues cada día por la cosecha que recoges, sino por las semillas que plantas”. 

En un ejemplo, nuestras sociedades están llenas de padres proveedores que olvidaron su función como educadores de sus hijos, y que esperan que la escuela cumpla funciones que debió cumplir el hogar. Podríamos decir que es una siembra no debidamente atendida ni cuidada, por lo cual la cosecha quizá sea distinta a lo ilusamente esperado. Muchos niños y jóvenes de gran potencial, podríamos considerarlos buenas semillas, se pierden por falta de adecuados cuidados y atenciones de unos padres desenfocados de su función y responsabilidades en la crianza.

El vital contacto y presencia en la vida de nuestros hijos se convirtió en continuas y crecientes ausencias, que pretendemos llenar con cosas materiales y complaciendo innumerables caprichos. La realidad es que nuestros hijos nos piden tiempo y contacto, no cosas, hasta que se acostumbran a llenar sus vacíos con cosas, que en un futuro pudieran ser el camino al mundo de las drogas. 

Es un hecho, que buena parte de los progenitores nos desvivimos –día a día- por brindar a los integrantes de nuestra familia el mejor y mayor esfuerzo para hacerlos felices. Y en ese esfuerzo, llegamos a la conclusión, que como proveedores de bienes materiales garantizaremos el mejor nivel de vida posible para nuestra familia; y de esa manera, estaremos cumpliendo el objetivo de hacerles felices. No obstante, esa afanosa búsqueda de mayor nivel de vida nos lleva a disminuir la calidad de nuestras relaciones familiares; y con ello, estaremos deteriorando –a mediano y largo plazo- la calidad de nuestra vida personal, de pareja, familiar y afectando a la sociedad en que vivimos.

Además, la pareja y la familia han perdido espacios y tiempos, hurtados por la televisión, internet y las redes sociales, que unidos al exceso de trabajo para tener nivel de compra y de estudios, para sobrevivir en una sociedad basada en la competencia, hacen un coctel familiar y social destructivo.

Tengamos presente que “Lo que se dé a los niños, los niños darán a la sociedad”, tal cual lo expresaba Karl A. Menninger, el reconocido psiquiatra y escritor estadounidense. Recogeremos en los adultos lo que sembramos en los niños. Recordemos que no solo estamos criando niños sino estamos creando los adultos del mañana.  

En muchos casos, especialmente en los problemas sociales, éstos se gestan en el tiempo, años, décadas y hasta siglos. Entonces, los problemas de hoy no nacieron ayer, sino mucho tiempo atrás.

La ley de Causa y Efecto nos dice “Toda Causa tiene su efecto, todo efecto tiene su causa”. Sin embargo, muchas veces, sentimos el efecto, como mencionamos algunas líneas atrás, pero no recordamos la causa. Y, tiene aquí validez las palabras del filósofo contemporáneo español Fernando Savater: “Solo nuestra ignorancia de cómo están o estaban las cosas en el momento A justifica que nos sorprendamos de lo que pasa u ocurre luego en el momento B”.

En tiempos de virtualidad y redes sociales redes nos hemos planteado la meta de recoger felicidad, buscando la utópica meta de ser más felices que los demás. Y, esas redes sociales, se han convertido en “demostraciones de cosecha”, pero desconociendo semillas, esfuerzo y cuidados. Entonces, todos queremos la cosecha de otros, pero sin conocer qué sembraron ni cómo lo sembraron. Empeñamos el mediano y largo plazo de nuestras vidas por logros a corto plazo.

En la cosecha pretendemos recoger “éxitos”, pero sin tener adecuadamente definido qué es el éxito la búsqueda puede convertirse en una utopía. Entonces, es fácil convertir el éxito en una utopía, en algo inalcanzable. A la pregunta ¿Qué es una utopía?, el cineasta, director y actor argentino Fernando Birri, expresó lo siguiente: "La utopía está en el horizonte. Me acerco dos pasos, ella se aleja dos pasos. Camino diez pasos y el horizonte se desplaza diez pasos más allá. Por mucho que camine, nunca la alcanzaré”. Para muchos eso es el éxito, algo por alcanzar que nunca sentirán haberlo alcanzado.

En esa búsqueda de cosechas nos hemos olvidado de que todos estamos en el mismo “barco”, unos en primera clase, otros en las demás clases, pero si el barco se hunde lo hará en todas las clases. Debemos preocuparnos y ocuparnos en buscar soluciones a los diferentes temas, ya que solo será cuestión de tiempo para que nos afecten a nosotros, aunque en este momento consideremos que no es nuestro problema.

En una sociedad de cómplices, donde alguien comete la fechoría y otros la bendicen. Encontramos -por ejemplo- productos dañinos para nuestra salud, que alguien los produjo, pero otro alguien sin mucha conciencia los distribuye, mientras que en la ignorancia muchos lo compraremos. Podemos ser por mucho tiempo victimarios o cómplices de los victimarios, pero en algún momento también seremos víctimas. 

Todos –sin excepción- por error, omisión, comodidad, ignorancia, pasividad, avaricia y mucho más, somos –además de actores- autores o coautores de esta novela en la actuamos durante nuestro transitar por la vida. Sin embargo, es un hecho que “Ningún copo de nieve se siente responsable de la avalancha” tal cual lo afirmó el escritor y poeta polaco Stanislaw Jerzy Lec. Pero es innegable que ese copo –por pequeño e insignificante que pareciera- tuvo influencia en la ocurrencia o en la evolución de ese violento y estrepitoso alud.  “De la conducta de cada uno de nosotros depende el destino de todos.” Afirmaba Alejandro Magno, Rey de Macedonia.

Como inmigrantes salimos o huimos de un deteriorado lugar, sin comprender las reales raíces o causas por las cuales ese lugar se destruyó; entonces, repetimos muchas erradas fórmulas de conducta en el nuevo lugar, garantizando que algún día de ese lugar -quizá- también habrá que emigrar. “¿Quieres saber si tal o cual acción es buena o condenable? Pregúntate: ¿Qué ocurriría sí todos se comportan como tú?”, nos recuerda la sabia frase del filósofo francés André Comte-Sponeville. 

Cada uno de nosotros afectamos o impactamos lo colectivo, para bien o para mal; y lo colectivo, más temprano que tarde, nos afectará o impactará a cada uno de nosotros, para bien o para mal. Sembramos en lo colectivo y recogeremos en lo colectivo. En los logros o las tragedias de las sociedades estarán reflejadas -con el paso del tiempo- nuestra decisiones y acciones del ayer y del hoy. Muchas decisiones y acciones, aparentemente exitosas o válidas en un momento determinado, fueron catastróficas apenas unos años o décadas después.

En vez de preguntarnos por qué nos ocurre “esto o aquello”, mejor preguntémonos qué hicimos o dejamos de hacer para que nos ocurra “esto o aquello”. Sin lugar a duda, que hoy estamos recogiendo lo que sembramos en el ayer y mañana estaremos recogiendo lo que sembramos en el hoy.