Artículo publicado en Los Tiempos Newspaper - Miami, FL. USA - Abril- Mayo 2024
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Nos hemos
convertido en participantes de una carrera sin fin, como la carrera del hámster
en la rueda de la jaula, quien nunca llegará a ningún lugar por más rápido que
corra. Entrar en esta carrera es garantizar que siempre nos falte algo para
sentirnos satisfechos, es tener nuestra mente en el futuro, mientras se nos
escapa el momento presente.
En nuestra sociedad occidental estar permanente y continuamente ocupado se interpreta como sinónimo de importancia. El tiempo libre o de ocio es casi un pecado que debemos disfrutarlo en silencio y a escondidas, ya que no es bien visto.
Queremos
hacer más y nuestro tiempo es limitado. Por ello, nos convertimos en adictos a
todo lo que nos “ahorre” tiempo, pero que nos roba experiencia, disfrutes y
momentos. Y el castigo divino en estos tiempos parece ser que estemos
continuamente ocupados.
Nos hemos
convertido en una especie de ser multitareas o multi actividades, disminuyendo
la calidad, enfoque y el placer que deberían proporcionarnos algunas de ellas.
Ante la
realidad de los dos padres trabajando para ser proveedores de ingresos, se hizo
necesario sobre ocupar a los niños con múltiples opciones de actividades,
principalmente para que consuman su tiempo, aunque esas actividades no les
aporten mucho e incluso ni siquiera las estén disfrutando.
Recuerdo a un
jefe y buen amigo, Andrés Espiñeira (QEPD) quien me comentó una maldición
gitana, que dice “Que la vida te de muchas batallas, y que las ganes todas”.
A simple lectura no comprenderíamos porque es una maldición, ya que
pudiéramos interpretarla como una vida llena de triunfos, pero en realidad es
una vida de continuas luchas para ganar las batallas; en otras palabras, una
vida sin paz, toda una maldición.
La
competencia y el consumo son nuestros karmas. El acto de ser padres se ha
convertido en una competencia social para demostrar el éxito de nuestros hijos,
llevándolos a ellos a la misma carrera frenética que llevamos los adultos. “Es
la era del niño trofeo” como expresa el especialista en educación Carl Honoré.
Es usual
estar más pendientes y preocupados por lo que viene o lo que nos falta, que por
disfrutar lo que tenemos. Corremos para resolver lo urgente, mientras se
nos olvida atender lo realmente importante.
Hasta el
desarrollo lo hemos adulterado, cuando nos saltamos la infancia para
convertirnos en tempranos adolescentes y, luego saltamos la adolescencia para
convertirnos tempranamente en adultos, aunque -paradójicamente- después el
proceso cambia y pretendemos una juventud eterna, sin querer reconocer cuando
nos llegó la vejez.
Los tiempos
normales de las actividades sociales y de otros procesos se han distorsionado,
y la enfermiza comercialización, nos lleva a decorar navidad desde noviembre, y
a comprar vehículos del modelo del año siguiente en el mes de Julio del año
anterior. En otras palabras, la línea de tiempo de las fechas de ciertos
eventos se ha venido borrando y estamos viviendo más en el mañana que en el
hoy.
Somos cada
vez más emocionales -y menos racionales- respondemos ante el estímulo de los
deseos, por lo cual nos endeudamos en la compra de cosas inútiles, lo que nos
lleva a asumir más compromisos que nos exigirán trabajar, y que nos alejan de
nuestra paz interior. El mejor ejemplo es que vivimos con dinero que aún no
hemos devengado, pagando con tarjetas de crédito, y siempre tendremos una
válida excusa para comprar anticipadamente.
La tecnología
nos satisface cada vez más rápido, para que estemos prontamente disponibles y
en busca de satisfacer otro deseo. En muchas oportunidades el cambio se
acompaña con la oferta de satisfacer nuevos deseos, que se nos venden como
necesidades. La tecnología envejece muy rápido y la “obsolescencia” –muchas
veces social- de ésta nos vuelve adictos a lo próximo, a lo que viene.
Las compras
se hacen por internet y esperamos recibirlas al día siguiente, más de un par de
días de espera es considerado un servicio deficiente o mediocre, aunque revisemos
lo recibido algunos días después, y en muchos casos ni lo utilicemos.
El microondas
y la Comida Rápida o “Fast Food”, son un ejemplo del valor que le damos a lo
rápido. Salimos de casa con un cronómetro en la mano, pero se no olvida llevar
una brújula o GPS para que primero nos oriente, pareciendo que estamos más
preocupados por correr y llegar, aunque no tengamos claro adonde. El experto en
liderazgo Robin S. Sharma afirma que “Las recetas rápidas no
funcionan. Todo cambio duradero requiere tiempo y esfuerzo”.
La paciencia,
otrora considerada como una virtud humana, es ahora una característica humana
en extinción. Ese saber esperar el momento y tolerar contratiempos, con la
mejor actitud, ya no existe.
Gran parte de
lo que logramos en la vida requiere de procesos, que necesitan tiempo. El
inversionista y empresario Warren Buffett dice “No importa el talento o los
esfuerzos, hay cosas que llevan tiempo. No puedes producir un bebé en un mes
dejando embarazadas a 9 mujeres”.
Cada persona debe tener su propia velocidad y ritmo de
cambio, el avance en su nivel de conciencia y la sabiduría de que le traerá esa
conciencia, le indicarán cuando detenerse, cuánto es suficiente.
Este artículo fue escrito sin uso ni apoyo de
Inteligencia Artificial (IA)